de dos en dos

El desnudo es un género eterno cuya permanencia en el tiempo se basa en su enorme potencial de expresión directa. José Cobo lo sabe muy bien. No solamente la superficie de sus esculturas logra transmitir la absoluta franqueza de su mano al moldear el barro o la cera, sino que el sujeto ­la figura en sí­ va impregnada de una misteriosa realidad. Las figuras de Cobo son tan verosímiles que siempre mantienen una relación convincente con un mundo identificable, por mucho que vayan acompañadas de maquetas sumamente originales, un vestuario divertido y posturas innovadoras, e independientemente de la extraña escala de las figuras, la peculiar relación entre los elementos e incluso la inteligente disposición de las instalaciones. Sin embargo, José Cobo no utiliza modelos; prefiere trabajar tan sólo con la imaginación. A primera vista, no resulta tan evidente debido a la aparente autenticidad de las formas desnudas. Pero es innegable que la temprana formación académica del artista ­trabajó con modelos y estudió anatomía­ le ha proporcionado la habilidad necesaria para poner en entredicho de forma convincente las convenciones que esperamos encontrar en cuerpos similares a los nuestros. Cobo sabe cómo un tendón configura un tipo de movimiento, cómo el comportamiento de la piel cambia según los grados de dureza o de suavidad que recubre. También sabe utilizar sus excelentes conocimientos morfológicos y ponerlos al servicio de lo estrafalario. En la era de la ingeniería genética y del interés permanente por lo cibernético, José Cobo propone unas maquetas artísticas del cuerpo tal y como lo imaginamos. Pero no son post humanas, como querría la moda, sino que encierran la sustancia y el espíritu de las criaturas vivas. En la exposición del Palacete, Cobo nos sorprende una vez más. Del techo de la sala principal cuelgan dos muchachos adolescentes: sus miembros se balancean, se extienden con dificultad y los torsos desproporcionados sugieren las incongruentes proporciones de un niño que anda gateando o de cualquier animal en las primeras etapas de su desarrollo. No es raro que Cobo se mueva entre el retrato humano y el retrato animal, y a veces propone  amalgamas de ambos. Recordarnos nuestra naturaleza animal es una idea romántica, pero en una era dominada por el intelecto y el control, sobre la pasión y el instinto, este concepto necesita renovarse sin tregua. Si el hombre se distingue del animal por su capacidad de razonar, por la búsqueda del progreso mediante la técnica, está claro que la obra de Cobo rompe con este concepto. Las dos figuras desencajadas, boquiabiertas, con las manos y los pies aún sin formar, parecen angustiadas, incapaces de controlar la fuerza vital que rebosa de sus torsos con una presencia neumática. Debajo, en el suelo, un niño está sentado sobre un artefacto. El interés de los muchachos que flotan en el techo va intensificado y como agudizado por la presencia de esta figura cuya escala es la de un adulto y cuyos gestos y actos parecen cargados de peligro. Este querubín oscuro, encaramado en un carro con forma de tanque, gesticula como un dios todopoderoso, suscitando la cuestión del agenciamiento frente a la predeterminación. Cuatro fotografías que cuelgan de las paredes rodean las esculturas. Estas imágenes de anuncios de empresas y señalizaciones oficiales recuerdan la presencia del capitalismo empresarial y de consumo, en un drama que opone naturaleza y socialización. Una vez más, la idea es que la naturaleza del hombre ­su deseo individual y su instinto animal­ está siempre limitada por estructuras superiores que condicionan la existencia. Como el sujeto de un retablo sosteniendo el altar, Cobo nos desvela el misterio del relato en una pequeña sala adyacente a la principal. Una figura lucha por conservar el equilibrio mientras las otras yacen en una pose tan noble como poderosa. La figura que lucha es un sátiro realizado a escala humana, construido de tal forma que el torso puede inclinarse hacia delante y hacia atrás, como si fuera un enorme juguete mecánico. Es incapaz de controlarse, como los adolescentes de la otra sala, pero se apoya en el movimiento de los demás para funcionar o actuar. Una vez más, el agenciamiento queda desbaratado por la presencia del otro. Un perro de bronce, perfectamente pulido, tranquilamente sentado en un trono curvado, ostenta un poder amenazador. Cobo plantea las complicadas cuestiones del deseo individual, del instinto animal y de la construcción social empleando una sorprendente gama de personajes que desempeñan estos papeles. Animales, adolescentes, marionetas, bebés, sátiros y extrañas composiciones participan de la antropología excéntrica de Cobo. Todas estas figuras, incluso las de plástico o bronce, resultan demasiado convincentes, demasiado palpables. Son esculturas extraordinariamente bien concebidas que evocan la grandeza de las obras maestras y la comprensión profunda que se deriva de la experiencia vivida.

Lisa Wainwright, 2001

Associate Professor, School of the Art Institute of Chicago

…inútil merodeo de la palabra para exaltar la escultura de José Cobo, que trata de reproducir aquello que es irreproducible porque pertenece al mito de esos hombres mujeres animales que algo encierran de común, retorna continuamente, que no sabe de épocas y estilos pero que ya vive en nosotros desde siempre, por eso es un vaivén de reducidas representaciones sin tiempo, objetos que están de pie que resumen las características del que esculpe emblemas de esta época solemnes y burlones donde no interesa el bello material tradicional bronce pulido mármol madera y si el bronce pintado y la cera de esos cuerpos mortales…

…la figura del hombre símbolo de la creación, encarnación de la vida, proyección del inconsciente domina el alma de José Cobo, que intenta rescatar la figura apropiada por el arte academicista revolucionando la manera de decir, basándose en la materia, la asimetría, el color…

…en lo que se refiere a la escultura el sentido de la historia en occidente fue relativamente no progresivo, más bien plácidamente oriental, pero la escultura actual adquiere la importancia de la estatuaria en el mundo antiguo y como aún lo es en las sociedades llamadas primitivas, y en ésta y aquella la referencia del objeto escultórico siempre se liga con mamíferos y sobretodo con hombres y mujeres de una forma menos halagadora que antaño, como si el orgullo y la confianza del hombre hubiera disminuido, como si cada vez nos viéramos más miserables como se ven a si mismos los personajes de José Cobo…

…antropología de la elección, rigurosa creación, combinación afortunada que ya existía en alguna parte antes de que José Cobo lo descubriera, pero que ahí está para mostrarse en su desnudez mortal, cosa que nos permite imaginar la inmortalidad desde una atalaya biológica en pleno sueño, aprendizaje cotidiano a morir, cadáveres de corazón palpitante, expresión y símbolo de una realidad interior que el hombre tiende a exteriorizar proyectándola en el mundo y encontrándola luego como una realidad externa, impulso fantástico creador acompañado del logos como criba entre realidad y emoción entre pasión mito y serenidad crítica…

…labor principal de adjetivar con lo preciso y sugerente, sin detalles perturbadores, José Cobo hila la realidad con pocos tipos, selección estrechísima que se dirige a la vida verdaderos universos en contacto, donde un mundo desaloja al otro, evidente destrucción de lo real necesario para su sublimación al mundo estético, tentación fortísima, imán poderoso que nos atrae fatalmente…

…esa imprecisión donde se halla la verdad donde para significar no necesita precisar, esa inseguridad que tiene el arte y esa mala leche…metáforas sin adornos que desvanecen la realidad y que afloran lo más escondido, el núcleo de la palabra realidad carente de sentido, se crea sintiendo…

…a los hombres las mujeres y los monstruos de José Cobo no les duelen los sentimientos, tienen mal de inteligencia que afortunadamente para ellos son lo que menos duele, aunque la dignidad exige lo contrario, el misterio que hay en las caras de los sátiros duele monos que cualquier amor y mucho menos, ¡ay la dignidad!, que el dolor de espalda de esas figuras plantadas eternamente ya frente a nosotros.

Pablo Tarrero-Turman
Barcelona 1996