El Retorno Infinito

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Entre la libertad (de lo que se crea) y el amor (en lo que se crea) cuya síntesis es lo bello

Ya fuera de este título, debo añadir estas nuevas palabras: esta síntesis es la energía precisa que, de inmediato, se transforma en creatividad, la propiedad definitiva del auténtico artista, cuyo fin es dignificar, a partir de tal propiedad, la entidad de lo humano.

Recorro los sucesivos espacios de la muestra, pasilleo por entre las distintas figuras/formas (el hylemorfismo llevado un tanto a su cénit) que constituyen un mundo sorprendente (porque lo humano sigue aún sorprendiéndonos, a pesar de todo) que se desparrama a través de un espacio-tiempo en el que reina, por encima de todo, lo plástico, la plástica humanística de la que, constantemente, hace gala José Cobo, ya que, lo que en esas formas/volúmenes se aprecia, es el lento desarrollo de la gran plasticidad biológica que se torna en la idónea plataforma de la enorme potencialidad cognitiva del mono humano.

Sí, en efecto, venimos del polvo estelar; somos un determinado grado de densificación o de sublimación de ese polvo cósmico que, tal vez, y a través de un cometa gigantesco que chocó contra la superficie aún caliente de nuestro planeta, sembró en éste las semillas de la vida vegetal, animal y, finalmente, humana.

Somos, los humanos, breves, frágiles recipientes de aquella sopa nutricia de la que emergieron los primeros organismos, los más simples, para, a partir de ellos, y cumpliendo a rajatabla las leyes evolutivas, desembocar al fin en el llamado fenómeno humano, ese dechado selectivo en el que la vida alcanza su mayor excelencia. El ciclo vital, que uno va observando en las extraordinarias formas que el artista, emulando en cierto modo la propia génesis evolutiva, presenta ante nuestra sorprendida mirada; un ciclo vital, digo, que articula a base de sucesivos encadenamientos o eslabonamientos la exclusiva capacidad, dada en los primates, cuya más noble expresión es la constitución de un discurso cultural que coadyuvará con el gran movimiento de la evolución, el argumento que justifica el constante cambio cultural de carácter acumulativo, de aprendizaje e innovación permanentes, eso, en suma, que ha dado en llamarse inteligencia cultural.

El niño que gatea y al poco se eleva sobre sus extremidades, cada vez más, hasta adquirir finalmente la posición erguida, bípeda. Al tiempo, pues, que un proceso de manualización, el de cerebración cada vez más complejo, más creciente. El polvo de las estrellas se ha hecho paulatinamente más denso, más masa, más volumen, más forma y materia, espíritu o inteligencia, más conciencia. El artista es, sobre todas las cosas, creador o, si se prefiere, re-creador, y crea y recrea a partir de lo ya dado a través de millones de años y de continuos ciclos que van de lo mineral a lo sensible y de lo sensible a lo sapiencial. El artista crea/recrea formas y re-formas, y, de algún modo, busca proseguir lo que otras fuerzas cósmicas, telúricas han llevado a cabo y continúan haciendo. Me evoca esta expresión creativa de J. Cobo aquellas metamorfosis propuestas por parte del Zaratustra nietzscheano. En efecto, Zaratustra hace primero pasar a lo humano por la pedagogía del camello, del tú debes, para llegar al yo quiero del león, que tendrá su última metamorfosis y realización en el niño que juega y crea, crea y juega, y dice, finalmente, sí al mundo, Es, por tanto, el reino sumo de la libertad, en donde explosivamente reina la creatividad, repito, la propiedad más vigente del verdadero artista.

El artista, sin despegarse de la belleza, aspira a proseguir su arte bello al dictado de las poderosas, ancestrales o prístinas fuerzas de las que ha surgido todo.

Con José Cobo, en fin, uno no puede aislarse de lo humano, pues por doquier lo humano nos salpica, nos embadurna. Quédense quietos ante cualquiera de las figuras/formas expuestas; escudríñenlas, penetren en ellas lo que puedan, déjense llevar por las impresiones y sentimientos más elementales, tal vez cierren los ojos y miren ahora hacia su interior, hacia sí mismos: sí, las verán repetidas cual un eco dentro de sí; se verán, al mismo tiempo, ustedes mismos, reflejados de paso en ellas. Por fin, José Cobo ha logrado la tan deseada síntesis, o, mejor, simbiosis entre el que especta y lo espectado, entre el sujeto que mira y el objeto mirado. El milagro último consiste en que ese objeto contemplado ya no lo es -es decir, ya no es objeto-, al menos del todo, sino que ya forma parte de nosotros mismos, porque en él nos vemos reflejados, así como ellos en nosotros, como si el artista/demiurgo, a modo del más hábil de los prestidigitadores, nos hubiera extraído una parte de nuestro ser para in-formarlo en esas formas/figuras creadas por él. Creador, por ende, de formas, las cuales inyectan de vida la materia para conformar al fin un fragmento de vida bajo el molde de un bronce, de un mármol o de cualquier otro material-soporte.

Dechado de humanidad, discurso de lo humano sobre lo humano mismo. Lo he leído en un texto de E. Panofsoky (El significado en las artes visuales, versión castellana de N. Ancochea, en Alianza Editorial -serie Alianza Forma-, 4ª edición, p. 17). Unos días antes de morir, Kant recibió la visita de su médico de cabecera. Ya muy enfermo y casi ciego, Kant con dificultad se incorporó de su asiento y permaneció de pie renqueando y bisbiseando palabras ininteligibles. Tanto el médico como el sirviente quisieron que se volviese a sentar, a lo que se opuso el filósofo, pues se sentaría cuando lo considerase oportuno: deseaba que este tan prosaico acto fuese acaso su último ejercicio electivo, o sea, libre. Cuando el filósofo se sentó, entonces se pudieron escuchar perfectamente estas palabras: No me ha abandonado aún el sentimiento de humanidad. Se cuenta que ambos, médico y sirviente, estuvieron a punto de llorar.

Cierto: sentimiento de humanidad, sentirse uno humano sobre todas las cosas. Y humano es sentimiento también de libertad. Aquí reside el origen de lo humano, lo que se quiere expresar en todo momento y como sea. Es la única firma o testimonio que nos señala, nos sentencia como humanos. Humanos para bien o para mal; humanos para la gracia o desgracia; humanos para crear y difundir belleza y dignidad o para deconstruirlas. Ciertamente, es la vida humana, esa vida elemental que, por fin, se ha hecho humana, como si toda la cosmología previa hubiera sido una propedéutica o el gigantesco laboratorio en el que se fue gestando, en los matraces de las estrellas, la que al poco iba a ser la vida y, para más señas, la humana. Y ésta viene dotada de un alto y de un bajo, de un arriba y un abajo, de superficie y de hondura; hay un antes y un después de ella. ¡Ah!, pero ahora viene el arte y su obsesión más honda: lo bello; el arte como el camino hacia lo bello. Y decir bello es decir también libertad y amor. Es lo que, por ejemplo, en san Pablo se llama, en expresión magnífica, la geometría del amor, cuando en ella, precisamente, se habla de longitud, anchura y profundidad, es decir, la tridimensionalidad de la libertad, del amor, de la belleza, que vienen a ser como tres caudalosos ríos que van a desembocar en el proceloso mar de la vida y, sobre todo, de la vida apellidada humana, que es lo que, justamente, ahora, afortunadamente, nos propone, nos expone y hasta nos impone José Cobo.

He aquí este espacio y este fragmento de tiempo que ahora mismo ocupamos para en medio de ellos poder contemplar, digerir, asimilar, meditar acerca de los ángulos, perspectivas, dimensiones de lo humano, una humanidad que José Cobo ha procurado estirarla al máximo -por delante y por detrás-para con ella poder abarcar lo remoto o prístino y lo último o antepenúltimo de ese fruto, que la síntesis de la libertad y el amor han gestado: lo humano. Esto es lo que nos desea decir, mostrar, demostrar hasta la saciedad, una y otra vez José Cobo: un canto a lo humano que a todos nos concierne, pues todos formamos parte de ese grandioso coro del cual, esta exposición, es una de sus voces solistas.

M.A.C.

PAN PANISCUS

Me mira desde el fondo de un cubículo estrecho.
Erguido, capturado. Sostiene la mirada.
Un cristal, un idioma, un muro inexpugnables.
Esos ojos que dicen, de reojo: soy vivo,
y mi daño no entiendo, pero escucho tu mundo,
y coincido contigo,
en este día de lluvia que repite mis lágrimas.

La ventisca de ruido que ha calado tu ropa
en nada se parece al sonido del bosque,
ni la luz que me baña tiene humedad de beso.

Separa un vidrio fatuo tu voz de mis señales
y en un fanal de incógnitas naufragan nuestros vínculos.
La vecindad del mono se ha vuelto escaparate.

Atrás quedó la jungla, el diluvio sin cántaros,
el pastel de termitas y de ardillas sabrosas.

La tropa se ha borrado, y no recuerdo apenas
la selva ni el bullicio de los astros salvajes,
ni el anillo de manos en el corro nocturno,
ni el calor de los otros; ni distingo, aún distintos,
los que hallaron conmigo
un tesoro de fruta a los pies de los árboles.

A veces, en el agua del cuenco reconozco
esa expresión que ahora me devuelve lo humano:
la idéntica manera de acercarse a lo incierto,
de extrañar, lo que, próximo, no se deja atrapar.
Y acaso no estoy vivo, ni tengo en la mirada
tu asombro reflejado, y todo es un engaño
y ese amor en tus ojos es sólo el de los míos,
o el plástico brillante que han curtido los amos.
Y, al soslayo, te miro, de nuevo, que no veas
que te miro y te veo, como eres: semejante.

En tus manos, las mías, que en tanto se parecen,
caben las mismas horas y las veces que invitan
a amanecer desnudo en la rama de un sueño.

Los dos hemos volado sobre ese país difuso,
no siempre con color, tañido ni memoria.

Dos cuerpos que se yerguen antes de renunciar.

Marián Bárcena

Zoo de Berlín, 16 de abril del 2017

El hombre y el niño

El hombre reduce su tamaño flexionando las piernas dentro de lo que su complexión adulta le permite. Exhibe una sonrisa cándida, a pesar de tener la cabeza puesta al revés sobre los hombros, lo que acerca su expresión a la ingenuidad de un niño. Intenta adoptar estatura y expresión infantil. La escultura se completó en una segunda fase por la afortunada intervención de mi de hijo Eckart que enredando dio la vuelta a la cabeza cuando aun la escultura estaba solo tallada en porexpan. Esta alteración expresaba perfectamente mi vida ajetreada de padre del siglo xxi. Sin embargo, enmendando la travesura, volví la cabeza a su posición original y acabé la escultura como había planeado. Cada vez que en mi estudio pasaba delante de ella tenía que contener mi deseo de cortar y voltear la cabeza tal como la había visto. Decidí al cabo de un tiempo hacer mía la inocente y espontanea transgresión infantil. He llamado a la escultura Autorretrato como un padre cualquiera porque aunque no refleja mis rasgos físicos ni faciales, si refleja un periodo emocional de mi vida que he compartido seguramente con la gran mayoría de los padres modernos.

El taller de mi madre

The dolls came from my mother's imagination and hands, from the patterns that she drew on paper and put together, taking shape once they were cut out of fabric, sewn and filled with cotton or straw. My mother made some dolls with faces modeled in felt on cardboard that were a marvel of realism and charm. I had, and still have, a little dark gray monkey with a yellow shirt, green and black glass eyes and a very long tail that my mother had made for me, as she had made others for her brothers first and years later for her children, that is, for my brothers and me. These monkeys, especially mine, have served as a model and source of inspiration throughout my career, becoming the main motif of many of my sculptures and being one of the important elements of my creative repertoire.